Llegaron en una furgoneta de cristales tintados. La misma que, semanas antes, me habia traido a mi a este lugar. El hombre corpulento y hablador fue el primero en salir. Llevaba una camisa verde con el simbolo nacional bordado en rojo en el brazo derecho. Aquel poderoso brazo abrio la puerta trasera de la furgoneta bruscamente. El interior permanecia en penumbra, solo podia apreciarse dos siluetas; una masculina y la otra femenina. Salieron de la furgoneta con las caras fatigadas, con ojos sonolientos tras seis horas de viaje. Tanto el hombre como la mujer eran altos, delgados y con evidentes rasgos eslavos. Dos dias antes nos habian avisado de la llegada de una pareja de polacos. Eran el numero 22 y 23 de trabajadores voluntarios que llegaban desde que yo estaba aqui. Dos alemanes les esperaban en medio del camino, que se habia convertido en un barrizal por la intensa lluvia caida el dia anterior. Los germanos, rigidos en su ademan y frios en su bienvenida, les ordenaros que dejasen sus pertenencias en el suelo y que les acompanaran. Los trabajadores 22 y 23 (en adelante P-22 y P-23), fueron conducidos hasta el despacho del jefe. Alli pasaron unos veinteminutos, respondiendo a preguntas de todo tipo. Al salir del despacho, los alemanes los llevaron a los barracones donde dormimos. Les fueron asignada una tienda para los dos, la unica que restaba vacia desde hacia tres dias. En el suelo se encontraron dos colchones; uno a cada lado de la tienda, y una silla de hierro oxidada y coja como unico mobiliario. La tienda estaba hecha de una lona impermeable de color verde militar, y el suelo de madera se alzabados dos palmos de la tierra por unos troncos de abeto carcomidos. Alli, sin luz, sin ventanas y sin agua corriente, comenzaron a desempaquetar las pocas cosas que traian consigo.
No tardaron en asignarles trabajos en el campo. Pidieron trabajar juntos, pero se les fue denegado. El riguroso plan de trabajo les habia dado trabajos en diferentes campos. P-22 fue enviado al granero, donde estaban las sillas de montar. Pude verle alli de pie, quieto y en silencio, tratando de descrifrar las instrucciones que el aleman le daba en ingles. El cielo estaba gris y hacia viento, y la bandera, izada en el mastil que coronaba la parte mas alta del granero, ondeaba con furia sus colores rojo y blanco sobre el fondo negro del tejado.
A P-23 se la llevaron a los campos donde pastaban los caballos. Su trabajo consistia en reparar la defensa de madera que separaba unos campos de otros.
Volvi a ver a P-22 y P-23 justos a eso de las 4:30 de la tarde. Estaban de pie, en medio del camino, con las botas llenas de barro y los guantes de trabajo en las manos.Parecia que estuvieran esperando a alguien. Y asi era. Al poco volvieron los dos alemanes que se encargaron de su llegada. Llevaban unos papeles en la mano que les leyeron cuando se acercaron a ellos. Desde donde yo estaba no pude oir nada, ni ver de que papeles se trataba. Tan solo el viento me llevo el susurro de tres palabras en un ingles tosco: A los hornos.
Dios mio!, pense yo, a los hornos, tan pronto, recien llegados y ya se los llevan a los hornos.
Se dirigieron a la casa, camino de los hornos. P-22 y P-23 iban delante, cabizbajos, y los dos alemanes detras, a un metro de distancia. Vi como los cuatro penetraban en el interior de la casa, hasta que la puerta se cerraba de un portazo detras de ellos.
Yo seguia sentado cerca de mi tienda, en silencio, al abrigo de ese cielo gris que amenazaba lluvia, tratando de no pensar en nada.
Al cabo de media hora vi como la chimenea de los hornos empezaba a desprender humo, un humo casi incoloro, grasiento. Enseguida llego a mi olfato el olor a carne. Un olor inconfundible, ya familiar.
P-22 y P-23 preparaban la cena para todos nosotros. Tocaba pollo rustido con mantequilla.
viernes, 20 de junio de 2008
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