domingo, 24 de agosto de 2008

Kicking Horse River. Rafting en las Rocosas.

I. EL CAMPAMENTO.

Bajo un cielo gris que derramaba con furia el agua de sus nubes, guarecidos en la espesura del bosque a escasos metros del río, nos calentábamos como podíamos alrededor de la inmensa hoguera donde asábamos carne de buey. El fuego nos enrojecía la cara, la carne, gruesa y grasienta, nos oscurecía las manos con su sangre caliente y espesa. Llevábamos todo el equipo puesto, y los chalecos salvavidas ajustados al pecho para guardar el calor que se escapaba por nuestras empapadas extremidades. Allí, en el corazón de las Montañas Rocosas, rodeados de niebla y montañas que clavaban en el cielo sus afiladas cumbres nevadas, esperábamos el momento para medir nuestro valor con la salvaje fuerza con la que la naturaleza había dotado a tan inhóspito lugar. Tuan, el vietnamita, El Resistente, se levantó y se acercó a la orilla del río. Sus ojos permanecieron atentos a la bravura de sus aguas, midiendo el riesgo de la acción que en pocos minutos íbamos a llevar a cabo, tomando conciencia del peligro que suponía tan osada hazaña. Me acerqué a él ¨¿Estás preparado?¨. ¨Yo siempre estoy preparado¨, me contestó con determinación. El cielo se tornó más gris y la lluvia arreciaba con más fuerza. En pocos minutos el campamento se convirtió en un barrizal repleto de charcos bajo unos abetos centenarios incapaces de protegernos de semejante aguacero. Los Cuatro Jefes, que hasta ese momento habían permanecido reunidos y apartados de nosotros, se acercaron a nuestra hoguera con paso enérgico. Los ojos de los treinta hombres y mujeres allí congregados observaron a aquellas cuatro figuras decididas. ¨¡Atención todo el mundo!¨ dijo uno de los jefes ¨El equipo Alpha embarcará el primero, en aquella barca. El equipo Beta lo hará inmediatamente después en aquella otra, y los equipos Delta y Omega deberán ir a aquella zona de arena donde les esperan dos embarcaciones más. ¿Ha quedado claro? ¡En marcha!¨.
Enfundados en trajes de neopreno negro, con los chalecos salvavidas empapados de agua por fuera y de sudor frío en nuestras espaldas, con los cascos incrustados en el cráneo y el remo al hombro, nos dirigimos corriendo a nuestras embarcaciones. Tuan, el que todo lo resiste, y yo, pertenecíamos al equipo Omega, y nuestra barca nos esperaba amarrada a la orilla pedregosa del río a cien metros del campamento. Nuestro jefe, al ver a nuestro grupo formado e impaciente por entrar en acción, se acercó a nosotros y nos habló de este modo: ¨Equipo Omega: Soy uno de los Cuatro Jefes de este río. Mi nombre es Pat, El Indómito, y mi misión es llevaros sanos y salvos hasta Golden, el poblado donde terminará nuestra aventura. Este río, el Kicking Horse River, es, como podéis comprobar, un río caudaloso, de treinta metros de ancho y cinco de profundidad, y de sus entrañas sobresalen rocas del tamaño de bisontes. Para que todos lleguemos con vida debemos formar un equipo compacto y disciplinado. No toleraré iniciativas propias, no toleraré desobediencias y, por supuesto, no toleraré actitudes cobardes. Quien crea que esta empresa va más allá de sus fuerzas, quien tenga alguna duda sobre su valor, su capacidad de sufrimiento, su resistencia o su osadía, que abandone ahora o no tendrá oportunidad de hacerlo más adelante. ¡¿Ha quedado claro, equipo Omega?!¨ De inmediato las montañas repitieron mil veces nuestra rápida y unánime respuesta: ¨¡Sí, señor!¨ Nuestro jefe Pat, El Indómito, nos miró con orgullo, viendo en nuestros ojos la determinación que nos pedía, comprobando que su equipo era digno de merecer el privilegio de su caudillaje. ¨Entonces, ¡todos a sus puestos!¨. Siete éramos los elegidos, siete los sometidos con orgullo a las órdenes de nuestro jefe Pat, catorce los brazos dispuestos a remar hasta el final del río o de nuestras vidas, catorce las compactas piernas que se hundían en el agua y entre las piedras para meter la barca en la profundidad de un río que se iba a convertir en un infierno helado, entre aguas que reflejarían todos nuestros miedos.


II. LAS ROCAS.

Subidos todos en la barca, colocados cada uno de nosotros en nuestro lugar correspondiente, calculando las distancias y asegurándonos de que la posición era la adecuada, comenzamos el descenso por el río. ¨¿Sabes nadar?¨, me preguntó el hombre grande y recio que tenía delante de mí. ¨Sí, sé nadar¨, ¨Bueno, lo comprobaremos en diez minutos¨, contestó riendo. En ese momento el jefe Pat habló: ¨¡Atención todos! Quiero que prestéis total atención a las órdenes que debéis memorizar de ahora en adelante, ¿entendido? Cuando diga Left forward, los que estáis a la izquierda deberéis remar con fuerza, cuando diga Right forward, lo haréis los de la derecha y al grito de All forward remaremos todos a la vez. A la voz de Hold on, todos, absolutamente todos, os agarraréis a las cuerdas que atraviesan la barca por el medio, significa que entramos en una zona de rápidos muy peligrosa. No soltéis jamas los remos y no levantéis los pies del suelo. Cuando oigáis Right back, Left back o All back haréis lo propio pero remando hacia atrás. Significa que estaremos sorteando una roca del tamaño de un bisonte, chocar contra una de ellas sería nuestra perdición, tendréis tiempo de comprobarlo. ¡Y ahora, equipo Omega, remad! Gritamos todos celebrando el ansiado comienzo. Remamos juntos, rítmicamente, como un solo y monstruoso organismo que se adentra temerariamente en unas aguas revueltas y oscuras, por un río que serpentea un cañón de inmensas proporciones, oculto bajo un manto frondoso y oscuro de bosques vírgenes. ¨Dime, compañero, ¿quién eres y de dónde has venido?¨, dijo el hombre recio. ¨Soy Luis, El Errante, y vengo de Hispania. Dime, hombre recio, ¿quién eres tú?¨. ¨Soy Klaus, El Invicto, y vengo de Germania. He venido al Nuevo Mundo, descubierto por el coraje de tus antepasados, para medir mis fuerzas ante la naturaleza salvaje. Dime, Luis, El Errante, ¿qué propósito persigues tú?¨. ¨Yo he venido para atravesar todo el Canadá, tierra de las nieves perpetuas, de oeste a este, por campos, bosques, montañas, ciudades, pueblos, ríos, lagos, mares e islas. Seis meses separarán el inicio del fin de mi odisea, tiempo en el que recorreré una distancia similar a la que separa tierras lusitanas de tierras caucásicas¨. Y Klaus, El Invicto, impresionado ante el aplomo y convicción de mis palabras, dijo: ¨¡Por Tor! ¡Sangre de conquistador aún tus venas portan! Ten por seguro que no permitiré que derrames ni una gota en estas traicioneras aguas¨.

Remábamos con todas nuestras fuerzas, hundiendo nuestros remos en la turbulencia oscura que nos conducía directos a las primeras rocas. ¨¡Rocas, rocas! ¡All back!¨, gritó nuestro jefe. A su orden siguió un único grito producido por siete gargantas que descargaban así la tensión de unos brazos hinchados de sangre y decisión. A pocos metros de nosotros el primer conjunto de rocas nos barraba el paso. Las rocas, grandes como bisontes, oscuras como sus intenciones, envueltas por las frías olas que se estrellaban contra ellas con violencia, parecía que esperaban impávidas el más mínimo error de cálculo para convertirse en piedras de sacrificio. ¨¡All back, all back!¨, volvió a gritar nuestro jefe al ver que la embarcación se iba aproximando a ellas. ¨¡Estamos muy cerca!¡Sólo un milagro nos desviará lo suficiente para no chocar!¨, gritó Klaus. En ese momento, cuando las rocas se hacían más grandes a nuestros ojos, cuando no faltaba ni un suspiro para chocar frontalmente contra ellas, Pat, nuestro jefe, El Indómito, habló: ¨¡Pasaremos por encima de ellas!¡All forwaaaard!¨. No dábamos crédito a lo que acabábamos de oír. Nuestro jefe pareció haberse vuelto loco, nos conducía hacia una muerte segura, destrozaríamos nuestros cuerpos sobre aquellas rocas del infierno y luego quedaríamos sepultados para siempre bajo aquellas aguas. ¨¡Remad con fuerza!¡Confiad en El Indómito!¨, gritó un hombre que encabezaba la embarcación. Bajo una intensa lluvia, sobre unas aguas marrones por el lodo, con el frío omnipresente que nacía de ese río proveniente de glaciares, plasmamos nuestra ciega confianza en el caudillo con una sola y suicida acción: remar hacia las rocas.


III. LOS DIOSES.

La fuerza de las olas, al acercarnos más a las rocas, nos hizo pensar en una tempestad en alta mar. Rápidamente nuestra barca se elevó impulsada por las olas, y las rocas, aquellas rocas que ansiaban nuestro fin, se preparaban para recibirnos de inmediato. Todos nosotros seguíamos remando, y nuestro jefe, que remaba en la parte trasera de la barca con unos remos de seis metros de longitud, miraba con furia y con los dientes apretados hacia delante, absorto en aquel momento decisivo. Entonces nuestros corazones se encogieron. Nuestro jefe, Pat, El Indómito, remando con un solo remo, giró de repente la barca cuando faltaba un metro para llegar a las rocas y entonces gritó la orden: ¨¡Agarráos a las cuerdas!¡Ahora!¨. La eternidad se condensó en un instante sin rastro de tiempo. Las catorce manos que remaban hacia la muerte, de pronto se cerraron en catorce puños que apresaron las cuerdas que nos juraban la vida. Y la barca, que se dirigía de lado hacia las rocas, se elevó de repente y en casi posición vertical sentimos en nuestros cuerpos la colisión. Una ola enorme, nacida del choque lateral, nos envolvió mientras seguíamos agachados y cogidos a las cuerdas. La ola se derrumbó sobre nuestros cuerpos y por un momento todos nosotros no vimos más que agua gélida y marrón envolviendo una barca que se deformaba por la presión con las rocas. Estábamos empapados, aterrados, sentíamos las rocas bajo nuestros pies y rodillas y rezábamos a nuestros dioses para salir airosos de esa prueba de valor. Pero nuestro jefe Pat mantenía la calma, sabía que ninguna fuerza natural podía escaparse a su férrea determinación. La barca, acumulando agua en su interior, empujada en todas direcciones por un remolino de fuerzas convergentes y aplastada por delante por más rocas, empezó a elevarse por encima de ellas como si tuviera vida propia. Desgarrando su estómago sobre la dura roca, aquella barca dirigida por los dioses pasó por encima de nuestra pesadilla y cayó al agua pesadamente al salvar todas las rocas. ¨¡Equipo Omega!¡Levantáos, ya pasó el peligro!¨, gritó Pat, El Indómito. Al levantar nuestros cuerpos dirigimos nuestras miradas al hombre que profería impasible aquellas palabras. Pat, El Indómito, remaba con sus dos remos de seis metros, empapado de agua, fuerza y gloria, con la mirada siempre fija hacia delante, obstruyendo con su musculatura la visión completa de un enemigo que amenazó con darnos su principal característica: la rigidez eterna.
Cuando estábamos todos incorporados y remando de nuevo, cuando las aguas, aunque turbulentas, evolucionaban en una relativa paz, uno de nosotros llamó la atención al resto de este modo: ¨¡Mirad! ¡Allá arriba, en la montaña! ¡Un cabra montesa!¨. ¨¡Cierto! Allí está, subida a esos peñascos. ¡Es de color blanco reluciente!¨, dijo Tuan, El Resistente. ¨Nos está mirando, ha sido testigo de nuestro peligro¨. Klaus, El Invicto, se puso en pie sobre la barca y habló: ¨¡Por Tor! Es un emisario de los dioses. Ha venido para ayudarnos, ella nos ha salvado del peligro. Es un buen presagio¨. Todos empezamos a hablar los unos con los otros, nerviosos y entusiasmados por lo que creíamos era divina visión y amuleto de los dioses. Entre aquel alboroto de gritos y hurras que se amplificaban entre las montañas, la voz de Pat, nuestro jefe, se hizo oír de nuevo: ¨¡Escuchadme todos! Estas montañas, al igual que las márgenes de este río, están infestadas de lobos, coyotes, pumas, osos, zorros y linces. Bastaría con que uno de nosotros se adentrara unos metros por ese bosque para encontrar una muerte segura entre las mandíbulas de cualquier alimaña o depredador. Si los dioses han tenido a bien bendecirnos con la visión de tan manso y majestuoso animal, podemos estar seguros de que navegamos bajo la protección del cielo. Así que demostremos al cielo que somos merecedores de este privilegio¨. Y nosotros, siguiendo las órdenes de nuestro jefe Pat, El Indómito, y agradeciendo a los dioses su protección, continuamos el descenso por el río sin otro objetivo que el de alcanzar la gloria.


IV. LA GLORIA.

De repente un profundo silencio inundó de misterio todo el valle. El agua corría con rapidez pero sin la bravura de antes. Nuestro jefe nos advirtió de este modo:¨¡No os confiéis, Omegas! ¡La zona de rápidos comienza en cuanto pasemos aquella curva! ¿A caso no veis la velocidad que están tomando estas aguas? Bajan apresuradas como soldados voluntarios atendiendo a la llamada del deber, y el deber de este río traicionero es ponérnoslo difícil¨. El agua fría que nos salpicaba la cara y los brazos no era suficiente para templar la adrenalina que hacía hervir nuestras entrañas. Sentados, sin hablar, sin apenas respirar, con los remos sobre las piernas y mirando hipnotizados aquel río, nos dirigíamos a toda prisa hacia una curva flanqueada por montañas de roca viva que ocultaban lo que se avecinaba, en un río que trazaba con su lengua de agua una interrogación perfecta.
Siguiendo adelante y llegando a la curva, el telón granítico se descorrió, y ante nosotros se desplegó un tramo de rápidos que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Era el momento de que todos nosotros hiciéramos acopio de nuestras fuerzas, era el momento de que nuestro jefe, El Indómito, gobernara la embarcación como sólo los Cuatro Jefes de aquel río podían hacerlo. Tuan, El Resistente, mi compañero vietnamita, clavó sus ojos en los míos, ansiando descubrir la respuesta que esperaba en ellos. ¨Sí, también yo estoy preparado¨, dijeron.
Remamos con furia al grito de All forward, como una jauría salvaje a la captura de una presa imbatible. Descendimos los rápidos resistiendo los choques con las rocas, obedeciendo con disciplina militar las órdenes cada vez más rápidas que nos daba nuestro jefe. Pasamos a través de paredes gigantes de piedra maciza, nos movimos entre cuevas y grutas que, como gargantas sedientas, se tragaban toda el agua que podían. No sabíamos qué clase de monstruos de leyenda habitarían aquellos refugios prohibidos para el hombre, ni si aquellos arroyos que se extendían en casi total verticalidad desde las cumbres de nieve eterna hasta el río, servían de morada cristalina a ninfas, dríadas o nereidas. Vimos restos de vías férreas de tiempos pretéritos, oxidadas y cubiertas de maleza, abandonadas por el hombre temeroso de esas tierras que no han conocido señor. Vimos hombres caer de otras barcas y precipitarse al río con un grito ahogado por el rugir perpetuo de las olas, comprobamos que otras tripulaciones no tuvieron la fortuna de contar con la maestría inigualable de Pat, El Indómito, jefe entre los Jefes. Tuvimos el privilegio de experimentar la sagrada sensación de ser seres diminutos, reducidos infinitesimalmente, en el vasto paraje milenario e inmortal que sobrecogía nuestras almas. Fuimos testigos de los denostados esfuerzos que los equipos Alpha y Delta realizaron en la difícil tarea de rescatar a los hombres que no supieron hacer frente al desafío y que pedían auxilio en el agua. Y después, tras dos horas de frío intenso en todo nuestro cuerpo, de apresar el aliento en una tensión creciente e infinita, alguien gritó las palabras que quedarán rubricadas en oro en nuestras almas para siempre: ¨¡Golden!¡Golden!¨ Los tejados de las primeras casas del poblado aparecieron a lo lejos entre la espesura del bosque. La visión provocó un aullido de júbilo en todas las barcas. Unos alzaron los remos al cielo en señal de victoria, otros abrazaron a sus compañeros con entusiasmo renovado. Habíamos superado cada una de las mortales pruebas que nos puso el río. Atrás quedaba el miedo a las rocas grandes como bisontes, la amenaza de las aguas, la esperanza de los dioses, el silencio de un valle maldito, el estruendo de un río asesino. Nuestras barcas se aproximaron a la orilla de Golden sobre unas aguas mansas, como si hubieran decidido rendirse algunos metros antes de nuestra llegada, sabiendo imposible una revancha. Y fue allí, en las tierra de Golden, donde hablamos de nuestra aventura a todas las gentes que quisieron escucharnos, y con el tiempo, nuestra osadía se convirtió en leyenda.


El valle. El Indómito. La señal de los dioses. El Errante.









3 comentarios:

Edu dijo...

Bonita historia en que lírica y épica se dan la mano y donde se alcanzan cotas de realismo jamás narradas. Las aventuras del woofer no tienen nada que envidiar a las de Huckelberry Finn, sólo echamos en falta la historia de amor del personaje principal. Han aparecido amigos, han aparecido niños robotizados, pero no ha aparecido la Hembra. Si no hay chica, no hay amor, si no hay amor no hay historia, si no hay historia no hay libro y si no hay libro no hay best-seller. Le emplazo a que no cree el personaje, sino que en próximos relatos aparezca esa mujer que emule heroínas universales como La Regenta o Madame Bovary de una forma realista. O sea el resumen del comentario sería el siguiente: mucho riachuelo, muchos animalitos y mucha selva, pero ¿qué hay de lo otro?

Ismael dijo...

Menuda aventura hasta llegar al destino ,parece sacado de un fragmento de la Odisea de Homero ,aunque no creo que sea como para haberse jugado la vida “jeje”, hay un par de abueletes que son más bien rechonchos y poco agiles.Muy entretenidas tus vivencias por el nuevo continente.Aprovecha tu estancia en las rocosas porque esos paisajes semi-virgenes no se encuentran aquí y el buen tiempo de allí con sol se acaba. Saludos

Unknown dijo...

¿Cómo que no ha sqlido ya la Hembra?. Invito a los amables lectores y comentaristas en general a que lean la crónica del sábado, 9-8-08, titulada "Muchacha punk" y se deleitarán con una bella historia entre el autor, convertido en instructor, y su pupila "punk" aprendiendo el viejo oficio de quitar el polvo en las habitaciones... del albergue donde se hospedaban. Y es de admirar las distintas fases y diferentes posturas que ese trabajo conlleva y en las que el autor demuestra ser maestro en la materia.
¡Ya hubiera querido el argentino Fogwill haber tenido una experiencia similar con su "Muchacha punk"!.
Luis "El Errante" pasó 6 horas "dale que te pego" y sólo necesitó una ducha para recuperarse. Increíble.
Pero calma, señores, no le pidamos ya la historia del amor de su vida, pues como a todo buen caballero andante (y errante), le quedan muchas aventuras amorosas y de toda índole, antes de encontrar el Gran Amor. Demos tiempo al tiempo.
Sigue así, por favor, que tus lectores estamos muy orgullosos de ti y ávidos de tus crónicas canadienses.
Saludos desde Hispania.