viernes, 15 de agosto de 2008

Maddox


Cuando escuché por primera vez el nombre de Maddox me sonó a nombre de ciencia ficción. Un buen nombre para un androide de película futurista, o para un robot bicentenario de novela de Asimov, o algo así. Cuando vi por primera vez a Maddox, yo hacía algo tan terrenal y cotidiano como pasar la aspiradora por el pasillo. El ruido de la máquina me impedía escuchar nada, y el ensimismamiento casi místico que alcanzo mientras busco pelos, motas de polvo, migas y demás pobladores del microcosmos de moqueta me impedía prestar atención a quien me vigilaba con sigilo tras una puerta. Apareció de un salto en medio del pasillo, cansada de esperar a que me diera cuanta de su presencia. Era una niña pequeña, rubia de ojos verdes, descalza, con esa cara alegre y risueña de la edad previa a las vergüenzas.

- Oh, ¿y quién eres tú?- le dije con la voz que se le brinda a los niños.
- Maddox. - me dijo mientras me miraba fijamente. Primero me miró a mí y luego a la aspiradora, después me volvió a mirar a mí y echó a correr riéndose hasta la esquina del pasillo, por la que asomaba la cabeza. La señal era evidente: quería jugar al pilla pilla conmigo y con la aspiradora. Y eso hicimos. Mientras yo aspiraba fingiendo distracción, ella se acercaba sigilosa hacia mí y cuando estaba a un metro le aspiraba los pies en un movimiento rápido. Ella se ponía como loca, empezaba a saltar para esquivar el tubo tragapiés y se iba corriendo a esconderse para repetir la operación de nuevo. Cada vez que le acercaba la aspiradora provocaba un estallido de risas y saltos, hasta que recorrimos toda la casa con el pulcro jueguecito.

- Este es Tiny Winnie. - me dijo pasándome un perrito de peluche por la pierna cuando estaba sentado en el jardín a punto de leer.
- Qué bonito, ¿es tu amigo? - le dije. Asintió con la cabeza.
- Pues yo tengo otro amigo, y es un oso. - Me miró con cara de sorpresa.
- ¿Sí? ¿dónde?
- En mi habitación, ahora está durmiendo, se llama Pitifú y es de color blanco, y es invisible. - A la palabra ¨invisible¨ le di una entonación misteriosa, para crear una atmósfera en la que ella se integró enseguida.
- Oh, ¿y es peligroso? porque yo tengo miedo a los osos, ¿sabes? -me dijo en voz baja para evitar ser oída por Pitifú.
- No, este no es peligroso, es muy bueno. Tiene un amigo ciervo con el que toma té por las tardes, en mi habitación, también. ¿Quieres ver a mi amigo oso?
- ¡No! que me da miedo. -dijo retrocediendo unos pasos, temiendo que me la llevase con el oso.
El caso es que al día siguiente Maddox me dijo que ella también tenía un amigo oso invisible, quizá por envidia, quizá por tener un guardaespaldas a la medida de su miedo. También me dijo su abuela, la propietaria de esta casa, que la niña se había pasado toda la noche hablándole de Pitifú, y que cómo podía ser que Luis tuviera un amigo oso que dormía en su habitación y alternaba con ciervos.

- Esta niña le da vueltas a todo. -me dice Roswitha, la paciente abuela de origen austriaco.

Me contó que dos días antes de su quinto aniversario, Maddox se encontraba tremendamente angustiada.

- ¿Qué te pasa? ¿porqué estás así? -le dijo su abuela.
- Porque voy a cumplir cinco años.
- ¿Y qué?¿no estás contenta?
- No -respondió Maddox con amargo sentimiento -Porque cuando tenía cuatro años, yo sabía lo que tenía que hacer una niña de cuatro años, pero ahora que voy a cumplir cinco no sé qué tienen que hacer las niñas de cinco años.

De modo que la niña tuvo su primera crisis existencial a los cuatro años, todo un prodigio. Lo interesante para mí era que a esta sucesora precoz de Kierkegaard le quedaban dos días para celebrar su sexto aniversario.

- El jueves hago la fiesta de mi cumpleaños, y van a venir todos los invitados. -me dijo.
- ¿Ah, sí? ¿Y estás contenta? -le pregunté yo muy freudianamente.
- Sí, sí. -dijo sonriendo.
- ¿Y yo puedo ir a la fiesta?
- Sí. Y, y, y Pitifú también porque también vendrá mi oso invisible y, y, y...podrán hablar de sus cosas.

Y el día llegó, jueves trece de agosto. El jardín se decoró con globos de colores atados a las patas de las mesas y de las sillas, y uno en la cola del perro, idea conjunta de Maddox y mía. Había tiras de papel de colores en todas partes con el lema ¨Happy Birthday¨ en letras grandes y brillantes, y matasuegras y demás artilugios de las fiestas de toda la vida.
Los invitados fueron llegando poco a poco, entre las cuatro y las cinco de la tarde. Mi compañero vietnamita y yo preparamos las mesas en la terraza. Roswitha, la abuelita austriaca, había encargado comida china, y nosotros la sacamos de las cajas, pusimos todos los platos en una mesa, las bebidas con los vasos en otra y organizamos una especie de self-service donde cada uno se acercaba a la mesa para llenar su plato.
A la niña la inundaron de regalos, se la comieron a besos, le cebaron a base de repetir pastel, le cegaron con los flashes de las cámaras de fotos, fue rodando de unos brazos a otros, la hicieron sudar con los abrazos y arrechuchos, le pincharon con barbas y bigotes, le obligaron a probarse las zapatillas de regalo, la camiseta de regalo, la faldita de regalo, y fue exhibida con toda la mercancía puesta mientras la vitoreaba un público entusiasta. La niña salió viva de aquel atentado, y posiblemente comprendió que, por mucho que pasen los años, uno siempre tiene que hacer lo mismo: forzar una sonrisa en un foto, dar las gracias por un regalo inútil y aguantar con diplomacia una conversación sobre la nada.
¿Se habrá convertido Maddox en una estoica de seis años? Lo iré averiguando en la placidez de este jardín epicúreo.


Al anochecer, cuando el sol comenzaba a ocultarse tras las Rocosas, entablé conversación con otro invitado de la fiesta. Se sentó en la silla que estaba al lado de la mía. Su barriga enorme y su espalda cuadrada le impedían sentarse en aquella silla demasiado pequeña para él.

- Ufff...Estoy cansadísimo, ¿tienes un cigarrillo? -me dijo mientras se acababa una cerveza.
- No, lo siento, no fumo. -le contesté.
- Oye, este lugar es maravilloso; mira qué montañas, y qué puesta de sol... Y Maddox, qué adorable, qué imaginación que tiene. He estado un rato hablando con ella y es un encanto.
- Sí, es muy graciosa.
- ¿Cuánto tiempo tienes pensado quedarte aquí?
- Probablemente unas dos semanas, y luego me iré a otro sitio, hacia el este, en Alberta.
- Ah, también será bonito. Aunque allí no hay estas montañas, es más llano, y no hay tanto bosque, aunque también hay osos. ¿No has visto fumar a nadie por aquí?
- No. Y dime, ¿es tan frío el invierno por el centro de Canadá como dicen?
- Oh, Dios mío, y más. Creo que lo mejor es hibernar en una cueva hasta la primavera. - vació la botella de cerveza de un largo trago. -Mmm... qué buena está esta cerveza. Puso la botella sobre la mesa que teníamos delante y se incorporó lentamente, apoyando sus manos sobre los brazos de la silla para ayudarse a enderezar su sobrepeso.
- Bueno, se acabó la fiesta, voy a darme una ducha y luego me voy a la cama, ya nos veremos mañana.
- Muy bien, nos veremos mañana, buenas noches. - le dije, y al alejarse vi que se olvidaba algo.
- ¡Pitifú, que te olvidas la cerveza!
- Coño, siempre igual.

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