martes, 14 de octubre de 2008

Nueva York

La última vez que escribí unas líneas en este blog, me encontraba en Ottawa, la capital de Canadá. Ahora me encuentro en la capital del mundo, y escribir se hace prácticamente imposible. Imposible porque paso el día literalmente en la calle y caminando, e imposible porque qué puedo decir sobre las glorias de esta ciudad que no se haya dicho ya, sin caer en la cursilería o fracasando en el intento de explicar qué es Nueva York. Intentar definirla o querer transmitir su esencia sería como intentar explicar el mundo. Porque aquí, en Nueva York, es el mundo entero lo que pasa por tus ojos. El mundo concentrado en una isla a la vanguardia de todos los continentes.

Jamás una ciudad me había obligado a jurarle que nos volveríamos a ver. Ayer, cuando caminaba por la Quinta Avenida mientras anochecía, lo hice. He sido, durante toda mi vida, enemigo acérrimo del asfalto, las muchedumbres, los coches, el ruido y, en definitiva, todos los ingredientes de los que se compone una gran ciudad. Pero del mismo modo que hay devociones que acompañan al creyente durante toda su vida, en otras ocasiones es necesario un acontecimiento que desate en el interior ese arrobamiento místico necesario para una conversión instantánea y para siempre. Quizá esta última forma de acercarse a una fe sea la que más honda impronta deje en el alma. ¿Acaso habría escrito San Pablo la Carta a los Romanos si no hubiera caído del caballo ante el resplandor aparecido en el cielo?

No voy a decir más. La devoción es experiencia, y en ésta, a diferencia de otras, morder la Manzana simboliza entrar en el paraíso.


Wall Street

Broadway

Broadway

5th Avenue

Rockefeller Center

Rockefeller Center

Manhattan desde el Empire State

Central Park

El reportero más dicharachero

The Empire State Building

Ella y yo

1 comentario:

Leah Ashe dijo...

Sweet Buffalo T-shirt, too :)